Sin acto oficial alguno -sin la presencia del rey siquiera- abrió el Museo del Prado al público sus puertas el 19 de Noviembre de 1819, casi inadvertidamente para el pueblo de Madrid. Durante ocho días pudo ser visitado de nueve a doce de la mañana. Luego, en el mismo horario, sólo los miércoles para el público visitante en general. El resto del tiempo, excepto festivos, abierto sólo a copistas y estudiosos.
Y es que, a tono con la Ilustración -movimiento en que toma impulso la creación del Museo-, este espacio se contempla como una auténtica academia -no la de Ciencias, que estaba originariamente llamado a acoger el edificio de Villanueva- donde los maestros antiguos iban a prolongar, a través de la reunión de sus obras, su magisterio entre las nuevas generaciones. La copia como recurso didáctico que, a su vez, haría las veces de herramienta difusora de los contenidos del museo.
Nutriéndose en principio de las Colecciones Reales -germen del Prado- y de los fondos pictóricos procedentes de los conventos suprimidos, el Museo llevará más adelante una verdadera política de compras y de recepción de donaciones que acabarían convirtiéndolo en una de las mejores pinacotecas del mundo.
Con un protagonismo claro de la Escuela Española (Velázquez, Ribera, Murillo, Zurbarán, etc...), el Museo acogerá obra también de escuelas extranjeras: Flamenca, Italiana,...
De todo esto nos intenta hablar -pequeño resumen- esta exposición de copias del Prado -no pocas realizadas en el mismo museo ante los originales- realizadas entre los siglos XVII y XXI, por autores anónimos o conocidos -y reconocidos- como Gutiérrez de la Vega, Madrazo, Antonio González, Díaz Carreño, Sánchez Márquez o, ya cercanos a nosotros -espacio y tiempo- Eduardo Martínez, José Dodero o Pérez Leal, entre otros.
Un pequeño aperitivo que servirá para abrir apetito de más, de mucho más. Del Prado.
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